Publicación: 05 octubre 2017

UN AÑO EN CHAMPAGNE

Maximiliano Mills, nuestro cronista de cine, descorcha para WiP el documental que cambió su forma de ver a los espumantes más afamados del mundo.

Desde que el día primero de febrero de 2003 entró en vigencia el Tratado de Libre Comercio entre Chile y la Unión Europea, está estrictamente prohibido nombrar “Champaña” a cualquier vino que no sea elaborado en esa región de Francia. Desde un principio – y debido a mi ignorancia en esa época – aborrecí esta imposición (y a Francia) por “quitarme” un nombre que se había incrustado en la historia de Chile desde que tengo memoria… era como si no me permitieran decir nunca más en voz alta palabras como “leche”, “azúcar”, “pan”, “sardina” o “libro”.

No poder seguir pidiendo en un restorán ese clásico nacional que era el Champagne Valdivieso me parecía una intromisión-invasión desproporcionada. ¡Qué frivolidad disputarse una palabra entre dos países! ¿Qué íbamos a hacer con ese luminoso ícono de neón que desde 1954 era nuestra referencia cuando cruzábamos Santiago?  Me tomó casi una década poder acostumbrarme – y recordar antes de que llegara el mozo – a pedir un “Espumante” en vez de una Champaña.

No fue hasta cuando  Fernando Almeda (enólogo de Miguel Torres-Chile) con la cosecha 2010 creó el maravilloso “Santa Digna ~ Estelado Rosé” con uva País, que realmente se fijó en mi memoria que en Chile hacemos vinos espumantes. Champaña no.

Por estas razones, cuando supe que se había estrenado el documental “Un año en Champagne” (2014), decidí verlo de inmediato para finalmente poder entender que tan grave era nombrar Champaña/Champán a un vino que no había sido elaborado en esa región de Francia (que incluye las ciudades de Ay, Reims y Épernay).

En el documental la importadora de vinos Martine Saunier es la anfitriona de este recorrido – usualmente cerrado al público – hacia el verdadero Champagne, conociendo desde productores pequeños hasta corporaciones multinacionales. Nos enteramos que la mayoría del Champán no es sólo producido con la cosecha de un año específico, sino que varias pueden ser combinadas para alcanzar a reunir los diferentes estilos de cada viñatero.

La narración se encuentra estructurada en cuatro actos comenzando por “Primavera”. Una hermosa introducción musical y visual te sitúa de inmediato en la sensación de estar catando la historia de una región que tiene su Champaña más antigua en Gosset. Con una producción que retrocede hasta la primera vendimia realizada en 1584.

Después se visita la sede de Bollinger, donde apreciamos los documentos con que el Rey Eduardo VII de Inglaterra lo nombra su Champaña oficial. Una publicidad que tiene más de 127 años y como bien afirma su gerente “es imposible de comprar”.

Nos enteramos que su ubicación geográfica es contra la lógica; demasiado septentrional y bien al este de París… “nadie hace vino en estos parajes donde los Belgas ya comienzan a elaborar cerveza”. Formada por suelos de piedra caliza y sin montañas circundando la zona, Champaña también posee una triste historia por “haber sufrido una guerra cada tres décadas”. Desde que fue invadida por Atila y los Hunos hace 1.400 años, pasando por las guerras Napoleónicas, hasta la Primera y Segunda Guerra Mundial, estos maravillosos lomajes han sido el antónimo de un apacible remanso donde se elaboran vinos celestiales.

Pero así como una Matrioshka, las imágenes del director David Kennard en “Un año en Champagne” continúan entregando impensadas sorpresas en la elaboración de este vino espumante y de la región de Champaña.

Como sus draconianos tiempos y procesos de cosecha, prensado y filtrado; o que hay un tonelero en custodia por cada 400 barriles (algunos de hasta 100 años). Que bajo las ciudades de Ay, Reims y Épernay hay en total unos 1.000 kilómetros de galerías subterráneas con cavas que guardan un inventario con más de… ¡Mil millones de botellas de Champaña! Con empleados que las recorren para realizar un trabajo que es tan específico como girar 100.000 botellas al día, apenas un cuarto de vuelta,  para que los sedimentos se vayan acumulando en el cuello del envase!

Finalmente, sus habitantes recalcan con orgullo su mayor diferencia: “en el vino importa el clima, el terruño y la cepa. En la Champaña importa la marca y el dueño”.

El segundo acto se llama “Verano” y muestra casi en imágenes diarias lo lluvioso, húmedo y frío que fue esa estación el año 2012, donde recibieron inusuales precipitaciones en junio (equivalente a diciembre para el Hemisferio Sur), y como su severo control del cultivo, cosecha y producción les permite sobrevivir a estos altibajos de la atmósfera. Por otro lado, resulta irónico ver como también aceptan sin cuestionamientos la existencia de los Negociant; productores de Champaña que no tienen vides pero que le compran uvas a agricultores de la región.

Con el formato de largometraje por cumplirse, el tercer acto “Cosecha” y el cuarto “Invierno”, «Un año en Champagne» se comprime en extensión pero no por eso el documental decae en interés. Impresiona – y hasta puede llegar a entristecer – el alto grado de automatización que se ha implementado en estas empresas que producen Champaña. Nada criticable. La extraordinaria calidad se ha mantenido. Pero como dice uno de ellos, “¿Cómo reproducir la cosecha de 1924 o de 1936? Nuestros abuelos lograron esos vinos excepcionales por accidente ¡Fue una magia accidental! ¿De qué manera podríamos repetirlo hoy con toda esta tecnología?”.

En el acto final de “Invierno” se ve a los franceses que producen este vino clásico para alegrarse y seducir, presentando su Champaña a los importadores de Inglaterra. En este momento es que recordamos las frases inolvidables de esta película que es una oda al Carpe Diem:

“Los viñateros no son gente muy seria. El vino se produce para celebrar y contar chistes.”

“Vengan pronto… ¡Estoy saboreando las estrellas!”

Pierre Pérignon  

«Un año en Champagne», vía Netflix

 

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