PIPEÑO, UNA MEMORIA QUE PORFÍA

Publicado el 04 enero 2019 Por Maximiliano Mills www.maxmills.com

Maximiliano Mills vuelve con sus crónicas de cine con el documental elegido por WiP.cl como aporte audiovisual del año. Un relato de cultores de la vida en torno al vino, no de hacedores de vino como estilo de vida.

 

«No estaba muerto»… andaba catando vinos! Muchos de los seguidores de mi columna: «Vinos de Película», me preguntaron estos meses por qué había desaparecido. Proyectos personales que deberían haber estado listos en marzo recién se resolvieron en junio, causándome un descalabro en mi calendario de trabajo. Pero siempre supe que iba a ser algo transitorio y nunca dejé de estar ligado al vino; ya sea catando en ferias, como panelista en el programa de radio «Hasta que el vino se acabe» o asistiendo a los dos más importantes eventos en Chile durante el invierno: la «Wine Week» y la «Wine Fest», ambos realizados en el Hotel Portillo. Aquí cada día se presenta una viña chilena distinta con sus vinos más destacados, narrando su historia, describiendo sus valles y explicando su terroir, mientras se catan entre 4 a 7 vinos. Desde ya anticipo sendos reportajes mientras se desarrolle la «Wine Week» y la «Wine Fest» este invierno 2019, durante agosto y septiembre… Pero a continuación, regreso comentando un documental que nos remonta en siglos a nuestras raíces con el vino chileno, ese macerado en pipas en el ahora legendario Itata.

Cuando estuve en Coelemu en octubre pasado, me enteré de que en su programa oficial se incluía el lanzamiento del documental «Pipeño, una memoria que porfía». Siempre con el temor a quedarme sin nuevas películas para comentar en mi columna de WiP, enterarme de esta iniciativa audiovisual acuñada en el sur, encendió mi interés de  inmediato.

Con una apertura cautivante por la música y la forma en que enhebra las imágenes del libro «Viñas y Toneles del Itata« con la tradicional forma de hacer vino durante siglos en la VIII Región, se apoya en una melodía muy pausada que sin ser cercana al New Age, crea hermosas expectativas sobre la historia que se va a narrar. Pipeño (nombre del vino que hacía antiguamente en pipas o grandes recipientes de madera de raulí) comienza mostrando un temprano desayuno campesino ofrecido por el dueño del viñedo a sus vecinos, amigos o trabajadores. Quienes han venido a cosechar las uvas de su predio. Un desayuno sin hojuelas, tostadas, mantequilla de maní, yogurt, ni huevos revueltos con tocino. Esto todavía es el campo profundo chileno que desayuna comiendo cazuela y tomando Chupilca (vino tinto mezclado con harina tostada).

Con los primeros rayos de sol la cámara sigue a los trabajadores cuando van recogiendo las gamelas de madera, para irse caminando con parsimonia hacia  las parras. Aquí aparece don Luis Medina, viñatero de Coelemu junto a la apertura visual que va mostrando la majestuosidad del Valle del Itata. Aquí también surge hablando -y como la única figura ajena a Itata- el Sommelier de Concepción, Héctor Riquelme, con un dato relevante: «no existe en el mundo una mayor cantidad de viñas plantadas en pie franco y en condición de secano que aquí en Itata, Chile. Son parras que no tienen injerto. Esto tiene mucha importancia en el vino porque indica que ese viñedo es muy añoso».

Una vez terminada la cosecha de los racimos de uva, la cámara nos da un encuadre con dos tipos usando botas de plástico para pisar metódicamente la uva sobre una zaranda, viendo como el jugo va cayendo en la pipa. Aquí el mosto transporta a otra época, a otro Chile; a otro mundo sin apuros y con los procesos agrícolas  en acorde con los latidos del corazón.

Tan importantes como los vitivinicultores son también los maestros toneleros del Itata. Una de las eminencias entrevistado es Adán Ruiz, maestro tonelero que con más de 40 años de oficio prácticamente ayudó a levantar  el siglo pasado muchas bodegas de la región. El otro maestro tonelero de la zona que mantiene vivo el oficio es Felipe Hinojosa, quien en Chillán, como el mismo dice, llegó a fabricar cubas de madera de roble Pellín de hasta 50.000 litros. En forma paciente, Hinojosa nos lleva a su taller  para mostrar cómo son las técnicas antiguas para fabricar un tonel, una barrica o un estanque con tarugos, utilizando sus propios compases, instrumentos y herramientas.

Si hay algo que diferencia al «Pipeño» como lo conversamos con Álvaro Tello (con quien me une el vino y el cine), estas imágenes capturan a «cultores» del vino. En una manera integral de aproximarse a la tierra y sus ciclos: aquí se cultiva la vida en torno al vino. No se embotella vino como un estilo de vida.

A mitad del metraje sorprende la aparición de Filomena Iturra, cuando muestra con nostalgia lo que fue una posible industrialización del vino, teniendo como fondo unos inmensos estanques de cemento, explicando que cada uno pertenecía a una familia y que en éstos se dejaba el vino descansando. Este jardín de estanques grises, altos y cuadrados ojalá algún día fueran reconocidos como patrimonio arquitectónico, pero con el daño que sufrieron durante el terremoto del 2010 es una posibilidad remota. Agrega Filomena que «antes para trabajar en la vendimia se venía todo el pueblo y se mataba una vaquilla». Hoy es una paradoja que en esta zona, justo por una falta de recursos financieros, el viñedo no se ha rociado con elementos químicos y justamente esto es lo que le está dando hoy un gran valor a los vinos con Denominación de Origen Itata.

Mi sorpresa final recorriendo Itata fue enterarme la razón mayoritaria por la cual aquí la gente hace vino: «pal’ gasto» o sea para tomárselo durante el año y no tener que comprar vino. Lo que me recordó la frase «plantar un árbol que da frutas es como plantar dinero». Y esto lo pude observar viajando en auto por carreteras y caminos secundarios. Así como uno ve en la ciudad que las casas tienen pasto y rosas plantadas en el jardín, aquí cada casita tiene plantado su viñedo de pie franco como su jardín… casi como una imagen de cuento narrado por Baco.

En la tercera parte de Pipeño, reaparece Héctor Riquelme con una afirmación que hace salivar: «muchas veces una empanada frita de marisco con cebolla acompañada con un vino Moscatel del Itata llega a sacarte chispas en la boca, pero tiene que venir un crítico gastronómico extranjero para decirte y confirmarte que ey!!! lo que ustedes tienen aquí es una gastronomía deliciosa con vinos excepcionales'». Pero esto para nosotros es normal disfrutar un domingo cualquiera en alguna caleta entre los ríos Itata y Biobío de una empanada de marisco con un vino de Moscatel… o del porfiado Pipeño.

 

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