Publicación: 06 marzo 2018

#VINOSDELSUR_CL. 4era PARTE: EN BUSCA DEL MITO

Llegamos al final de nuestro especial en busca de los más hermosos viñedos al sur de Chile, con una visita al Parque Tagua Tagua, hogar de una flora nativa única, el chucao, y dicen, una vieja parra de Bonarda.   

Manuel Melipillán es nieto de María Margarita Mancilla (de Melipillán), la pionera chilena que llegó al Lago Tagua Tagua  con su familia el año 1953, valiente, haciendo patria. La casa de madera se que construyó entonces, y donde se crió Manuel,  está dentro de lo que lo que hoy es el  Parque Tagua Tagua. La casa se construyó con hermosa vista al lago, varios metros por sobre el nivel del lago;  está claro que ya sabían entonces que sus aguas pueden subir de nivel drásticamente en cualquier minuto tras una fuerte lluvia.  Ya nadie vive allí, desafortunadamente. Manuel y su familia viven en la Caleta El Canelo. Lo que queda dentro de este Parque – hoy concesionado a la Universidad Mayor–  como vestigio de aquella humilde colonización, son sus árboles frutales en medio del bosque nativo, entre ellos, manzanos, membrillos y adivinen… cuenta la leyenda que una parra.

Es la misma parra que cuenta la leyenda vio con sorpresa Erich Villaseñor, dueño del Lodge Mítico Puelo y la viña Villaseñor,  cuando visitó el parque, y al igual que los hermanos Porte  (en su campo de Río Bueno), debe haber dicho algo así al verla:  «sí produzco vino en el valle Central, aquí tengo toda una operación funcionando todo el año, por qué no tener cerca los viñedos más australes de Chile».

Al fondo del paisaje, se puede ver la cascada del Parque Tagua Tagua, donde fuimos en busca del mito de la parra de la familia Melipillán.

Esta historia nos la contó Manuel, a cargo del viñedo que plantó Villaseñor el año 2010 en la ribera del río Puelo, apenas unos kilómetros al sur del Parque  Tagua Tagua. y es parte de la historia que relatan a sus visitantes el equipo de guías del Lodge cada vez que llevan a alguien a conocer el  viñedo, como parte de sus excursiones Culturales ($35.000 p/p). Ninguno de ellos, sin  embargo, ha visto la parra en el parque, sonó a a mito. Mito que había que confirmar. Por eso, el tercer día en Mítico Puelo, después de haber ya conocido su viñedo bajo las condiciones extremas de la Latitud 41 Sur,   fuimos con Joaquín, nuestro guía personal, hasta el Parque Tagua Tagua para encontrarla.

La lancha del Lodge Mítico Puelo está a cargo de llevar a todos los visitantes del Parque Tagua Tagua desde Caleta El Canelo y desde  el mismo lodge, ida a vuelta cada día de la temporada. Lo que se puede hacer solo previa reserva y pagando a través de su muy eficiente sitio web www.parquetaguatagua.cl. 

El paseo por el parque -que tiene fin de Reserva Ecológica e Investigación,  no de esparcimiento,  por lo que  solo entran  40 personas al día-   invita a recorrer el bosque nativo por tranquilos senderos hasta llegar a una laguna llena de alerces milenarios, o sus esqueletos  inundados, justo al lado de uno de los dos refugios de Conaf (Refugio Alerce), habilitado para pasar la noche. Con un segundo aliento y más tiempo se puede llegar (por un sendero más empinado y peligroso,  esta vez  100% prístino)  hasta un segundo refugio (Refugio Quetrus), también habilitado para pasar la noche, pero solo previa reserva y solo para grupos cerrados. Hay en éste  copas de vidrio, por si piensan en ir a pasar la noche. Las vimos, las copas, sí, porque  sin darnos cuenta llegamos hasta el Refugio Quetrus, al pie de las paredes de granito con nieves eternas; impactante belleza. Lo difícil fue bajar; fueron 20 km de recorrido en 8 horas de caminata en total. Pero no nos desviemos del tema, habíamos ido a buscar el mito detrás del Pinot Noir Puelo Patagonia.

Con la ayuda de los guía del parque llegamos hasta la huerta de los Melipillán, y allí entre los arboles la encontramos; una  gran parra trepando los árboles nativos. Pudimos ver su grueso tronco, delatando sus más de 70 años de vida, y sus largos brotes con algunos racimos lánguidos buscando el sol. Entre medio de su follaje, escuchamos al simpático pajarito de poto parado, el chucao.

De regreso en Santiago le conté esta historia a una amiga de  Pichilemu,  en cuyo patio (a menos de 200 mts de la playa) su abuelita tiene un parrón. «¡Que haya un parrón -me dijo muerta de la risa- no quiere decir que haya habido racimos que comer, porque la verdad,  nunca he comido de ahí una uva madura, sabrosa, en mi vida».

Si los racimos de aquella vieja parra del Parque Tagua Tagua maduran o no, no lo sabemos;  sobre qué variedad puede ser, dicen, hay ya pistas. Sería una Bonarda traída desde Argentina.  Si recordamos que la frontera no está tan lejos, hace mucho sentido. Vale destacar, si leen el link a esta interesante nota publicada por el INIA,  los alerces milenarios están  7 kilómetros al menos  más arriba de la parra de los Melipillán.

El sotobosque entre los senderos del Parque Tagua Tagua.

Las uvas que sabemos sí maduran, cuando la temporada lo permite, son las del viñedo de Puelo Patagonia, río abajo. Con su primera cosecha se hizo el primer vino el año 2014, y resultó ser un tinto muy ligero y pálido; de rica acidez . Alguna botella que probamos nos mostró de volátil en sus aromas, y en  boca frutos rojos, sabrosos, aunque muy evolucionados para su corta edad.

Alvaro Cabeza, su enólogo, recuerda que fue muy complicado hacer aquel primer Pinot Puelo Patagonia 2014. Tardaron 25 horas desde la cosecha hasta que llegaron las uvas a al bodega en Curicó. Tuvieron que cosechar el día que salía la última lancha de la temporada hacia Calelta El Canelo  y había mucha uva atacada por la  chaqueta amarilla y botrytis. Eso fue, recuerda,  la segunda semana de abril.

El año 2015, para la segunda cosecha, cuenta Cabeza, dieron mejor con el punto de madurez, también ya tenían más experiencia y Manuel con su ingenio y sabiduría local,  inventó una receta con miel que coloca en botellas de plástico por todo el viñedo, para acabar con las chaquetas amarillas. Recién embotellada, la cosecha 2015 del Pinot  Puelo Patagonia ya muestra más fuerza, sin dejar de ser un Pinot Noir ligero, y una fruta roja mucha más fresca y jugosa, de acidez exquisita.

Durante nuestra estadía en Mítico Puelo – plan todo incluido-  también probamos varios vinos de Villaseñor, de la línea Kenos, elaborados con las más de 20 variedades que han plantado en sus diferentes campos del Valle Central. Recuerdo haberlos probado varios años atrás, cuando me llamó la atención un jugoso y simple Carignan varietal ($6.000) además de un Cabernet Fran 2011  y un Petit Verdot 2013 de la línea Family Selection ($16.000). Esta vez me gustaron  en especial un Carmenère y un Cabernet Franc 2013, sabrosos junto a un enjundioso pastel de choclo hecho en casa. Pero el vino más atractivo, a la altura del precio del lugar, sin duda, fue el Limited Edition etiqueta azul ($14.000), cosecha 2009, mezcla de Carmenère, Merlot, Cabernet Sauvignon y Syrah del Valle de Curicó. Lleno de fruta roja, vivaz, y un tanino muy suave, pero firme, con casi 10 años de vida; una delicia con la que seguí celebrando este particular cumpleaños en el  extremo sur de los viñedos de Chile, ya caída la noche en el Lago  Tagua Tagua, no laguna.

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3 comentarios

  1. […] #VINOSDELSUR_CL. 4era PARTE: EN BUSCA DEL MITO […]

  2. Alberto Becker Becker dijo:

    hermoso relato!

  3. […] #VINOSDELSUR_CL. 4era PARTE: EN BUSCA DEL MITO […]

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