Importa tanto el tamaño y peso de las uvas con que se va a elaborar un vino, como cuánta agua le agregues a  la receta de tu sopa.

Más no siempre es mejor. Cuando hablamos de vinos la lógica puede sonar ilógica para algunos, pues mientras más racimos produzca una planta y más grandes sean sus uvas, menos sabores y aromas a frutas maduras tendrán sus vinos. Si lo llevamos a la cocina, es fácil comparar este fenómeno con una sopa, pues mientras más agua le hayamos agregado al cocinarla en proporción con los otros ingredientes que son los que aportan la enjundia, sabremos que habrá suficiente para alimentar más bocas. Pero, irremediablemente, menos rico será su sabor.

Una planta puede producir más uvas cuando, siempre que tenga más agua y nutrientes tiene disponibles en su suelo. Su capacidad para producir más o menos uvas, es lo que se conoce como rendimiento y por lo general se asocia a la cantidad de toneladas de uvas (peso total) producidas en una hectárea de viñedos.

Los más grandes vinos provienen, por ejemplo, de suelos que dan naturalmente muy bajos rendimientos, entre 5 a 10 toneladas por hectáreas. Siempre es que las vides sean sanas, pero nunca no esqueléticas o enfermas para producir tan poco. Los vinos más económicos, por el contrario, se producen en suelos más fértiles, que dan hasta 30 toneladas por hectárea. Digamos que serán plantas bien alimentadas.

Es por esto, por el suelo y su mayor o menor fertilidad, que podemos encontrar en una góndola un vino hecho con la misma variedad pero luciendo precios completamente diferentes.

Lo lógico, será que un vino con más sabor, es decir que nació de una uva más sabrosa en el viñedo, tenga un mayor precio. Que su botella sea más o menos pesada, más o menos brillante, es sólo cuestión de marketing. Lo importante es lo que va por dentro. Ver nota QUÉ VINOS GUARDAR.

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