Publicación: 04 abril 2018

PARA ENDULZAR LAS PENAS & ALEGRÍAS

Mejor decir cosecha tardía que equivocar la pronunciación y decir late jarvest; aquí les contamos por qué y descorchamos un delicioso ejemplo.

Muchos les dicen late harvest (pronúnciese  leite járvest, como indica el inglés) pero nosotros preferimos llamarlos más fácil y lindo, cosecha tardía, su traducción literal al español. Porque sí, los vinos dulces en su mayoría, suelen ser elaborados con uvas que fueron cosechadas tardíamente, es decir más allá, mucho más allá, meses incluso, de su punto óptimo de madurez; entiéndase  entonces que las uvas con que se elaboran se cortan de la parra cuando ya no estarán ni  jugosas,  ni frescas,  ni lindas, pero sí súper dulces. Es por esa cantidad gigante de azúcar que concentran que podemos hacer con ellas vinos dulces. Por eso, sinónimo de vino dulce, suele ser vino de cosecha tardía.

Otra curiosidad sobre las uvas que esperan ser cosechadas tardíamente es que según las condiciones del clima (humedad y frío en las mañanas, y con sol suave durante las tardes) pueden desarrollar un hongo benévolo, llamado botrytis noble (de ahí que también les llamen vinos de cosecha noble). Hongos que sobre la piel de las uvas van abriendo pequeños orificios  ayudando  así a concentrar aún más el azúcar del jugo. Por eso es que podemos generalizar y decir que todos vinos de cosecha tardía se hacen con uvas cosechadas tardíamente, pero no que todos los vinos de cosecha tardía desarrollan el hongo de la botrytis noblemente.  Y es que si  el hongo descontrola su colonización en las uvas, porque  ha llovido demasiado por ejemplo, se pudrirá por completo la fruta y no servirá  para hacer nada bueno, ni dulce, ni seco. Una pena, y también una gran perdida económica, por eso cuando hay podredumbre noble el riesgo suele costar caro. Ni hablar del precio, cuando las uvas podridas noblemente se seleccionan una a una, a mano.

El último cosecha tardía sin botrytis noble, de precio muy económico,  que probé es un nuevo vino de la línea Castillo de Molina de Viña San Pedro. Su particularidad es que está hecho con tres variedades de uvas diferentes (Sauvignon Blanc, Riesling y Gewürztraminer), todas cepas blancas de intensos aromas, cosechadas tardíamente, de cuatro valles  diferentes: Elqui, Leyda, Maipo y Curicó. La verdad, algo bien fuera de lo común. Es en pocas palabras un vino estilo  Frankenstein, que no puede lucir su D.O.  en la etiqueta porque simplemente ha perdido la identidad de su origen. A lo que yo diría, ¿y qué importa si el resultado es una delicia? Y mejor aún, si por todo el gran trabajo de mezclar cepas y valles sólo vale $3.890.

La descripción de este cosecha tardía 2017 de Castillo de Molina es sacada de libro:  color dorado brillante, con una nariz perfumada que recuerda a durazno huesillo, dulce de membrillo y papayas confitadas. En boca es un «manjar», liviano, envolvente, de acidez exquisita.  Si quieren quitarle a alguien la pena denle una copita, y dejan cerca todo el resto de la botella reposando en agua con hielo para que no pierda su temperatura perfecta de servicio (cerca de los 6ºC). Acompañen con quesos azules, por supuesto: también con quesos maduros y dulce de membrillo, un Vigilante o  Martín Fierro como le llaman a este postre fácil y delicioso del otro lado de la Cordillera.

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Un comentario

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